Estimados hermanos y laicos Maristas:
Como todos los años, la Iglesia nos ha invitado a la celebración de la Pascua. Como cada año, esta celebración tiene algo de permanente y algo de novedad. Aprovecho esta oportunidad para desear a cada hermano y cada laico de nuestras comunidades una feliz Pascua de resurrección. Acompaña al saludo alguna reflexión que ha corrido por mi corazón durante estos días, por si les puede servir de provecho.
1. Vivir la Pascua desde el corazón
Nos ha correspondido vivir en un tiempo de crisis de larga data. Muchas instituciones sociales, la propia Iglesia y nuestra familia religiosa se sienten debilitadas. No todo es catastrófico: en esa debilidad descubrimos lo que somos y aquilatamos nuestra respuesta al Señor. La resurrección de Jesús es la roca de nuestra fe y una profecía de nuestro devenir.
En este contexto, celebrar un año más la Pascua del Señor, es decir, ese personal ?paso? de Jesucristo por nuestras vidas, es una invitación a acoger la noche (personal e institucional) no como una desgracia que hay que soportar sino como una posibilidad de purificación cargada de esperanza. ?No trates de entender todo lo escondido de Dios. A Dios no se va entendiendo, sino amando? (San Agustín).
Es precisamente cuando Dios aparenta callar en nuestra historia (nuestros propios viernes y sábado santos) es cuando hay que estar más atentos, pues esa es la hora en que quiere hablarnos al corazón. Es en el silencio de la noche cuando se despierta la sed de Dios. Como bellamente lo expresa el poeta Luis Rosales: ?De noche iremos, de noche; que, para alcanzar la fuente, solo la sed nos alumbra; solo la sed nos alumbra?. La hora de la gran soledad y del vacío es también la hora de los grandes comienzos. Nuestra esperanza no es falso optimismo, que niega los llantos y debilidades de nuestra historia, sino abandono confiado en el Dios providente. Por eso, nos recuerda el apóstol: ?harán bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en sus corazones el lucero de la mañana? (2 Pe 1, 19).
2. Para resucitar desde el corazón
Este Jueves Santo, el
Papa Francisco destacó tres ?tentaciones peligrosas? de los sacerdotes, que me
permito reescribir en un lenguaje no clerical para que estén más cerca de
nuestra cotidianidad: a. falta de compromiso (conformarnos con lo que vamos
haciendo); b. uso de sucedáneos (?llenarnos? con algo distinto respecto a
nuestra vocación y llamado); y c. el desánimo (vivir siempre insatisfechos,
como por inercia) (Cf Papa Francisco palabra en la Misa Crismal del 02/04/2023)
El profeta Ezequiel nos muestra el camino de resurrección: ?estrenen un corazón nuevo y un espíritu nuevo? (Ez. 18, 19). Son palabras sencillas, de una sencillez rotunda y desconcertante, como suelen ser las cosas importantes en nuestra vida, pero son las que hacen nacer la novedad.
El espacio para vivir intensamente la vida es mi corazón, es decir, lo más íntimo, lo más profundo y lo más personal de mí mismo. Y, por tanto, también lo más permanente y duradero. Cuando aparentemente, todo está perdido, aun queda el corazón. Desde él, y solo desde él, puedo recomenzar mi vida. Por eso, la resurrección del Señor me sigue invitando: ?estrena el corazón?, ?renuévate en profundidad?, ?resucita? a la vida permanentemente ofrecida.
A cada uno de nosotros corresponde decidirse personalmente por la renovación o por la decadencia, por la vida o por la muerte. Nada está decidido, cada uno en cada instante, puede y debe elegir, puede empezar un futuro nuevo o dejarse arrastrar por una vida anodina y sin sentido. Es la hora en que el Espíritu nos hace señas porque quiere hacerse en nosotros ?corazón nuevo? y ?espíritu nuevo?.
3. Las palabras de Jesús
Las palabras de Jesús resucitado a las mujeres, a los discípulos? son algo más que un saludo: son palabras que realizan lo que dicen, son palabra de consuelo, esperanza y fortaleza. Son algunas de las palabras más hermosas de texto bíblico.
Jesús resucitado vuelve a los suyos para comunicarles la gran alegría: les invita a recorrer un camino glorioso, en el que Él está presente. Les enseña el signo de este caminar: el gozo de vivir con personas renovadas: Alégrense (Mt. 28, 9). Les enseña sus llagas y les anima a la audacia: No teman (Mt. 28, 10). Les regala su paz, una paz distinta a la que nos brinda el mundo: Paz a ustedes (Lc 24, 36; Jn 20 19). Les acompaña en el camino, partiendo con ellos el pan, y repitiendo el gesto de lavado de los pies. Y los envía: Vayan a la Galilea de los gentiles y allí me verán (Mt 28, 10). Finalmente, les garantiza su presencia permanente: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 20). Y es que Jesús no va y viene, sino que permanece. La Pascua nunca envejece.
4. El mensaje del almendro
El almendro es un árbol precoz que no espera el final del invierno para anunciar la primavera que se acerca, sino que pareciera estar urgido por florecer. Sobre sus ramas desnudas, todavía ateridas por el frío, brota la vida nueva en forma de pequeñas flores que van invadiendo progresivamente hasta las ramas más altas. En medio de un paisaje desolado, el almendro en flor es un luminoso anticipo de la promesa de la nueva vida, del renacimiento que nos ha ganado la resurrección de Jesús.
Mas allá de las dudas, desánimos y tormentas la presencia del resucitado siempre nos acompaña. El invierno continuará en nuestros campos, pero en alguna parte de nuestra vida personal e institucional, ha florecido ya una rama de almendro.
Desde esta perspectiva ya no hay que ir hacia atrás en busca de los grandes comienzos, sino hacia dentro y hacia adelante. No recuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo; miren que hago algo nuevo (Is 43, 18 y 19).
Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María porque no quiere que caminemos sin una madre (Cf EG 285). Por eso, con el Espíritu Santo y en medio del pueblo siempre está María (Cf EG 284). A la Madre del Evangelio viviente le pedimos que aún en esta fatiga del corazón, unida a una especie de noche ce la fe, nos recuerde que es el Resucitado quien nos dice: Yo hago nuevas todas las cosas (Ap 21,5) (Cf EG 287 y 288). Con María avanzamos confiados hacia esta promesa.
Con el deseo de que todos podamos tener una gozosa Pascua de Resurrección me despido en Jesús, María y Champagnat.
H. Pablo González Franco
Provincial